Cuando estamos a la mitad de algo, con frecuencia el resto del camino
nos suena más duro, más árido, más lleno de obstáculos y desafíos.
Con frecuencia, olvidamos ya todo lo que superamos, lo que vimos y lo que vivimos.
Ya vi el muro y su caída, ya vi el calor de la guerra y la Guerra Fría, ya vi el apartheid y la muerte de Biko.
Ya vi mentiras caras y verdades a precio de oferta, al Corto Maltés
en Singapur y bebí de la copa que me ofrecía, vi farsantes entrar a la
historia y héroes desolados morir en sus olvidados laberintos. Fui
testigo del viento que borra las tumbas.
Viajé, huí, y me quedé. Crucé cien veces los mares y me perdí en la
selva. Nadé en playas que no tienen ni tendrán nombres cristianos. Más
de una vez dejé ira y sangre en vanas cruzadas o decliné la lucha, nada
más que por lo que prometían esos ojos escondidos detrás de esas
pestañas.
Ya vi los falcon verdes y también la plaza a reventar. Vi los
pañuelos y también vi las lágrimas. Vi las copas levantadas y las cruces
llenas de sangre. Vi el día que torpedearon al Belgrano y vi como desde
ese día, todos los días se hunde un poco más.
Me perdí en unos labios, até las cuerdas y desaté la pasión. Fui
testigo de ese primer llanto y así supe que yo nunca más sería el mismo.
Me fui a la B, lloré y volví y hasta puse, mucho después, mis labios
en la copa y así supe lo que es ser parte de algo más grande que yo.
Fui el escriba que soñó que alguna vez iba a escribir una línea de la
historia. Vi los mundiales y en dos, volví a creer que se puede ser algo
más grande que uno mismo. No creo en Dios, pero lo vi jugar a Maradona.
Cerré la puerta y tiré la llave.
Vi a muchos, vi a Police, a los Rollings, a Peter Gabriel y me quedé
con ganas de ver a Pink Floyd. Fui al último concierto de Serú Girán y
al último concierto de Soda, y después supe que no sería el último. El
de Serú, si.
Vi al Negro, jugué crucigramas con Cortázar y con Jorge Luis
caminamos del brazo por las aceras del barrio de malevos y compadritos.
Charlé con Dolina hasta que se nos acabó el whisky. Y buscamos más.
Vi cómo caía la nieve y sentí cómo se le helaban las manos. Vi cómo
eligió mil pequeñas cosas diferentes antes que la sinceridad y cómo el
mismo frío de sus manos me congelaba el corazón.
Vi cómo la noche se hacía más negra. Vi las pirámides, bebí de los
cántaros de Alejandría y negocié con los fariseos. Crucé los Cárpatos
una mañana fría mientras escuchaba a Los Beatles y mientras al otro lado
del mundo, una bala se llevaba a John para siempre. Una vez, vi a un
tipo llegar a la luna y vi su lado oscuro. El de la luna.
Me desnudé en una playa del Indico, solo, mientras explotaba el
atardecer y no pude hacer más que caer de rodillas y llorar. Por última
vez.
Un invierno más frío de lo normal caí presa del amor en los tiempos del cólera, pero nunca pude llegar a las puertas de Macondo.
Ya caminé una tarde en Dupont Circle y quise que el tiempo se
detuviera para siempre, pero esa noche que tomamos margaritas en
Georgetown, el tiempo ya había pasado. Y esa noche, borrachos los dos,
supe que el reloj sólo camina hacia adelante.
Ya probé de la copa de cicuta, ya vi a Renoir y a Spilimbergo, ya
caminé por San Pedro y saqué una foto, ya compré chucherías en El Retiro
y ya pinté de colores indescifrables las paredes de mi casa. Ya estuve
en el Albert Hall y en el teatro de títeres de la Casita del Puente
Afectivo. Y una de esas veces, el precio de la entrada estuvo bien
pagado.
Ya mentí tantas veces, que hasta creí que era verdad.
Ya han pasado tantos años y he hecho tantas cosas, que creo que
todavía no he hecho nada. Y mientras tanto, sigues habitando en mis
sueños porque no sé dónde estás, pero sigues ahí.
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